Tras cinco temporadas sorprendiendo a los espectadores con su peculiar forma de entrar en escena, el personaje Omar Little (Michael K. Williams) de la mítica The Wire, muere sin casi darnos tiempo a pensar. Sin duda, los seguidores de esta obra maestra tenían la absoluta certeza de que el temido ladrón iba a morir, pero cómo, era una gran incognita. Este perro callejero, con una personalidad arrolladora se movía por el bajo mundo de la ciudad de Baltimore cual superhéroe de comic sin capa, sin superpoderes y sin admiradores.
Sus días estaban contados, y sus creadores le dieron el final que se merecía: el final amargo de una promesa no cumplida. Pero este personaje que al comienzo de la temporada no es más que un ladrón de vendedores de droga, como un Robin Hood moderno con una extraña moral, no hubiera sido amado por la audiencia sino fuera por el asesinato de su novio. Este suceso se convierte en el detonante que marcará toda su historia, y será la clave de todos sus actos de venganza.
Esta escena es sin duda, la que demuestra que la serie ha sido pensada
con inteligencia, y cuya realización hace honor al nombre que lleva por
título. En ella se resume la esencia de esta pieza magnífica donde el
fuera de campo como elemento audiovisual enriquece la imaginación del
espectador. No hay nadie delante de los monitores, no hay nadie
controlando esas llamadas casi silenciosas, en definitiva, nadie podrá evitar el
cruel y sangriento crimen que hará que Omar Little se convierta en la
peor pesadilla de aquellos que controlan el submundo de la ciudad de
Baltimore.